Hasta el presente, ningún régimen político se ha revelado verdaderamente eficaz para aportar a los pueblos la felicidad y la paz. Ni la monarquía, ni la oligarquía, ni la república, etc., han aportado soluciones verdaderamente definitivas.
¿Por qué? Sencillamente porque un sistema de gobierno no lo es todo. Mientras que los individuos a los que se pretende imponerlo no tengan conciencia de sus deberes, mientras que no comprendan que deben esforzarse por armonizarse entre sí, con cualquier régimen se producirán los mismos desórdenes, los mismos problemas; en definitiva, pues, las mismas desgracias.
En nuestros días, la democracia se ha instaurado prácticamente en todo el mundo. Simbólicamente, la democracia representa el gobierno del estómago. Sí, el pueblo, el «demos,» es el estómago. ¿Acaso el pueblo sabe exactamente lo que es bueno y lo que es malo? No, se siente empujado por toda clase de deseos y codicias que reclaman satisfacción. La prueba está en que tras habérsele dado todas las oportunidades de reclamar, ¿acaso pide el Reino de Dios y su Justicia?, ¿acaso pide la luz y el amor? No, el estómago y el vientre no piden otra cosa que comer más, y luego lo ensucian y destrozan todo. El pueblo aún no posee el ideal superior. Sí, porque necesita una cabeza y ésta le falta. Naturalmente, se necesita una cabeza clara, iluminada, desinteresada, porque si el que se encuentra solo en la cima tiene los mismos instintos que la muchedumbre que reclama abajo, no sirve de nada.
Omraam Mikhael Aivanhov. El egregor de la Paloma.