Debe dominar todos los elementos. Debe dominar la tierra, el aire, el agua, el calor, la luz. Debe controlar todos los “espíritus malignos”. Y sólo puede controlarlos cuando domina sus debilidades.
En la actualidad, Cristo necesita la ayuda de hombres que sepan construir según las reglas de la ciencia divina, hombres en cuyas mentes prime el bien del “Reino de Dios”.
La vida de grandeza requiere hombres que hayan “nacido de nuevo”, que hayan visto el “Reino de Dios”.
No olvides que quien quiere ver el Reino de Dios debe tener ojos puros. Los ojos puros implican un corazón puro. Un corazón puro implica una mente iluminada. Una mente iluminada implica un alma noble. Un alma noble implica un espíritu amoroso que ha salido del Eterno Dios.
El que ha “nacido de nuevo” está conectado con todos los mundos superiores, con todos los seres de las jerarquías superiores.
Es tan veraz como la Verdad misma, tan sabio como la Sabiduría misma, tan amoroso como el Amor mismo.
De este hombre, del hombre “nacido de Dios”, está escrito en la Escritura que “no comete pecado”.
En efecto, el que ha nacido de Dios tiene tal amor dentro de su alma, una fuente tan grande de amor que brota de él, que no existen contradicciones para él.
¿Has estado alguna vez en presencia de un hombre así para ver qué paz, qué tranquilidad, qué alegría reinan en él?
El corazón, la mente, el alma y el espíritu de un hombre así están en plena armonía con Dios.
Visto profundamente, un hombre así es una totalidad de muchas almas inteligentes de genio.
Lo mismo ocurre con los grandes poetas, músicos y pintores. Miles de almas inteligentes de genio deben unirse para que aparezca un gran poeta, un gran músico o un gran pintor.
Así, de “hijo del pensamiento”, el hombre se convierte en “hijo amado del Amor”.
Así se convierte en Hijo de Dios.
La posición más elevada que un hombre puede tener en relación con Dios es ser Hijo de Dios.
Ser Hijo de Dios, siervo del Gran Ser que creó todas las cosas, significa sentir el pulso de todo el universo, ver toda su belleza, oír su magnífica armonía.
Tú, que aspiras a convertirte en Hijo de Dios, tienes como ideal:
Un corazón puro como el cristal.
Una mente luminosa como el sol.
Un alma vasta como el universo.
Un espíritu poderoso como Dios y unido a Dios.
Beinsa Douno.