El honor y la estima.

A los justos los conflictos los afligen y los hiere en su dignidad.

El honor y la estima.

Cuando la humanidad pasa de la vida del Antiguo Testamento a la vida del Nuevo Testamento, le transmite a ésta las cualidades de la vida del primero. Cuando pasa de la vida del Nuevo Testamento a la vida del justo, también le va transmitiendo sus cualidades. Finalmente, los valores de la vida del justo se transfieren a la vida del discípulo. De esta manera se crea ese vínculo interno entre todos los hombres, ese acuerdo íntimo que está más allá y por encima de todas las contradicciones que caracterizan esas cuatro formas de vida. Después de haber pasado por aquellas escuelas preparatorias de la vida, el discípulo penetra en condiciones completamente nuevas y saca fuerzas de una nueva fuente. Cristo se refería a esta fuente cuando dijo: «Cuando llegue el Espíritu de la Verdad, Él os lo enseñará todo». Quien pudo entrar en la vía del discípulo posee ya otras concepciones y otros puntos de vista sobre la vida, muy diferentes, por cierto, de los que puedan tener aquéllos que pasan por los tres estados anteriores, quienes se encuentran todavía atrapados dentro de la esfera de la vida personal, lejos de la vida para el Todo. Los que aún viven la vida del Antiguo Testamento todavía buscan las riquezas y los tesoros escondidos; las dificultades en la vida los vuelve temerosos y rencorosos. Los del Nuevo Testamento buscan la compasión y la simpatía, pero las dificultades en la vida los desaniman y los conducen a la tentación.

Los justos buscan el honor y la estima, los conflictos los afligen y los hiere en su dignidad; ellos se han elevado hasta la cima más alta de la vida de la personalidad y por esta razón sufren tan dolorosamente cada ofensa dirigida a su personal dignidad; buscan el reconocimiento, la aceptación y el respeto por todo cuanto hacen. Sólo el discípulo no busca riquezas externas, ni compasión, ni apoyo, ni honores. E1 no provoca daños, ni cae en tentación, ni conoce ofensas. El se alegra en las dificultades, pues sabe que ellas inevitablemente proceden de las cuatro corrientes colectivas que circulan en el mundo. Considera cada conflicto como un augusto problema que debe resolver. Piensa y actúa así porque ya pasó la etapa de la autoabnegación. Él ya ha emprendido la vía del discípulo, después de haber trascendido los estados anteriores.

Beinsa Douno.

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