¿INVENCIBLES?

¿INVENCIBLES?

¡Ojalá persiguiéramos Victorias que nunca exceden, ni caducan! ¡Ojalá nos reconociéramos incompletos, frágiles en nuestra condición temporal! ¡Ojalá tomáramos conciencia de que estamos naciendo a nuestra  verdadera condición, que recién estamos brotando! ¡Ojalá todos los seres observáramos que no somos invencibles, que sólo la creciente Presencia de lo  Innombrable  en nosotros,  sólo sentirnos  cada vez más desbordados de genuino amor y sincera compasión, nos puede conceder la auténtica Victoria!

Somos vulnerables y en el reconocimiento de esa vulnerabilidad radica nuestra humilde fortaleza, arranca nuestro vital desafío. Nadie es invencible, tampoco Putin, tampoco  Rusia, ni sus adversarios. Haber sido sido «vencidos» constituye precisamente la razón última de nuestra  presencia en la Tierra. A veces somos derrotados por los adversarios de  fuera, la mayoría de las ocasiones por los de adentro, nuestra personalidad múltiple, nuestra variedad de egos. Por eso, las almas que estamos encarnadas en la tierra en estos momentos no debemos precipitarnos nunca en cantar victoria. Estamos en Camino, vamos en pos de ella, la única y real Victoria, el Triunfo interior. 

Venimos al mundo físico, a este campo de entrenamiento, porque a menudo nos vence nuestra  naturaleza inferior, triunfa holgadamente sobre nuestra Real Presencia, sobre nuestra  verdadera Naturaleza Superior.  Nunca deberíamos afirmar, menos aún ante las pantallas del mundo entero, que somos «invencibles». Demostramos con ello una supina ignorancia. 

Nadie es invencible, menos aún quien se sirve del terror, de la guerra y la represión para imponer  sus intereses  y códigos. Es precisamente quien más debilidad manifiesta. Fundamenta su fuerza en el poder sencilla y exclusivamente bruto, el más efímero y engañoso.  Nadie es invencible por más que  cubra sus espaldas con ojivas  nucleares, se sienta protegido por un aparente potente ejército sumiso a su locura. 

“Rusia es invencible”,  declaraba ayer el presidente ruso en su esperado discurso a la nación. Sin embargo  todas las decenas de miles de jóvenes que él ha enviado a morir al frente por ese monumental  y prepotente absurdo, le estarán  esperando al otro lado del velo, cuando a él, “el invencible de los invencibles” también le derrote la cercana muerte y  deba abandonar su vehículo corporal, su sólo ficticia fortaleza. 

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